Cuando alguien me pregunta de dónde soy, siempre digo:
"de la provincia de Jaén". Nací hace 34 años en Baeza pero, desde mi
infancia, mi vida ha estado muy ligada a Génave, el pueblo de mis abuelos
paternos, pequeño y encantador, y que amable se desliza por la ladera de la
sierra de Segura como un puente de serenidad entre Andalucía y La Mancha.
Recuerdo cuando éramos pequeñas, llegar al desvío que indicaba 4 kilómetros hasta el pueblo y serpentear la carretera con el Renault 9 de mi padre hasta vislumbrar el pueblo peinando la ladera y coronado por los pinos donde tanto me gustaba ir con mi abuelo Isidoro a recoger almendras o tomates del huerto.
Al llegar al pueblo, el olor característico de las chimeneas
invernales mezclado con pinos y aceite nos daba la bienvenida. Bajábamos del
coche con la ilusión de ver a mis abuelos y sentarnos todos en torno a la mesa
camilla con el brasero de ascuas para ir recibiendo las visitas de mis tíos,
primos y vecinas, y comentar cómo estará la cosecha, si llueve o si nevará, o
quizá si ese año, por desgracia, han habido sequías. Hablamos de la vida en
general, de los vecinos, y disfrutamos de las buenas viandas que ofrece esa
buena tierra.
En Génave hemos aprendido lo digno y duro que es el trabajo del campo. Ayudar a mi padre en la recolección de la aceituna siempre ha sido una experiencia: las heladas tempraneras, los chorizos asados en la lumbre, contemplar el paisaje mientras tiras de los mantones, la hora del almuerzo y de compartir la capacha, y escuchar todos los años las mismas anécdotas de mi abuelo, pastor de profesión y noble de condición. El abuelo Isidoro, ¡qué gran hombre! Si supiera que gracias a él siento un gran respeto y cariño por las personas mayores, por los animales y por la humildad y generosidad que irradiaba al paso lento de sus alpargatas de esparto. Me solía llamar “la tía blanquilla” y siempre llevaba los bolsillos llenos de almendras y caramelos para dárselas a sus nietos, además tocaba la bandurria y la guitarra con maestría y sabiduría innatas… Ahora sigo viendo a mi abuelo en los ojos de mi padre…
También tengo que agradecerle al abuelo Isidoro parte de la gran pasión que siento por la música, por las bandas de pueblo y por los pasodobles, esos que con tanta alegría hemos bailado siempre en la verbena de las fiestas y que tanto nos gustan a mi tita Mari, a mis hermanas y a mí, y como no, las vaquillas y verlas atravesar el campo hasta entrar triunfales en el pueblo, el ambiente de los genaveros y su acogida a los que en su día tuvieron que emigrar, los bares, los quintos, las tapas, los Pizarrines… Y por supuesto, la venerada Virgen de Campo procesionando por las calles engalanadas.
Todo lo vivido hasta hoy a través de la cultura del pueblo genavero, ha sido para mí fundamental en la manera de afrontar la vida, en los valores aprendidos por sus gentes. La humildad y generosidad de mi familia genavera, son una garantía de vida, de valorar lo que es importante de verdad. Hoy día, siempre estamos deseando volver, arraigarnos un poco más a la tierra paterna, disfrutar del aire sano, de las huertas, de la sencillez de sus habitantes, de su plaza y de la fuente dónde Miguelillo, nuestro sobrino, que tiene la misma mirada de su bisabuela María, disfruta y aprende las cosas buenas del pueblo de su abuelo Paco. Él y el resto de pequeños de la familia ya saben la suerte que tienen mientras juegan y corretean felices por las calles genaveras. ¡Qué importante es tener raíces, y qué alegría tenerlas en Génave!
En Génave permanece la esencia de las cosas fundamentales de la vida. Eso me devuelve al mundo cada vez que, pasado el cruce que indica 4 kilómetros veo asomar dándonos la bienvenida, la Torre Tercia, los pinos y los verdes olivares…
Para mis abuelos,
María e Isidoro.