jueves, 26 de febrero de 2015

Los que salvarán el mundo.




Ricardo y Marina, ajenos al decoro y lo substancial del mundo, no quieren salir de las faldas de sus respectivas mamás cuando éstas se encuentran en la puerta del colegio.
Sus mamás, en cambio, se muestran habladoras, seguras como estatuas clásicas, mostrando la autoridad que en este mundo se otorga al haber contribuido arrojando a este planeta de locos a un buen ramillete de infantes.
Hablan y hablan sobre temas del barrio, sus trabajos, la política, sus maridos, el cole, las comidas, el médico... Ellos siguen escondidos, pero no apartan sus enormes e inocentes ojos el uno del otro. No les interesa lo más mínimo las pamplinas de mayores, se siguen mirando hasta que Marina vence al silencio y le dice a Ricardo:
- ¿Sabes que nacen 300 niños por minuto, que son 18.000 por hora y casi 400.000 por día? Ricardo abre aún más los ojos como intentando comprender la magnitud del dato hasta que suspira, deja caer sus pequeños brazos con inmenso alivio y responde: - Ufff, no sabes lo tranquilo que me quedo...
Y ambos se miraron con una sonrisa interminable, se soltaron de las faldas de sus madres y comprendieron que a partir de ahora y ya, para toda la vida, podían ser niños de verdad.

lunes, 16 de febrero de 2015

Vivir, eso tan raro.


Lo único que tengo es AHORA. El pasado ya se ha ido y el futuro es una excusa para soñar en el presente, un amor platónico, al que queremos pero no tenemos, ni sabemos si tendremos algún  día.

Cuando a veces tengo esta lucidez, me dan ganas de levantarme de mi sitio, pegarle una patada al ordenador, salir volando por la puerta, irme a bar a tomarme una cerveza bien fría y luego empezar a VIVIR, así  sin más.

Vivir, eso tan raro que a veces se nos olvida. Respiramos, comemos, trabajamos para ganar dinero para pagar , entre otras cosas,  el psicólogo que necesitamos gracias a dicho trabajo.

La rueda de la modernidad, de la que es tan difícil bajarse, a no ser que seas un visionario, un reptiliano o un valiente, que a veces viene a ser lo mismo.

Mi enfermedad mental más reconocida es la sensibilidad y, aunque una no es muy lumbreras, a veces siento y pienso que estoy equivocada. Me duele no ver crecer día  día a mis sobrinetes, tan mágicos y tan puros. No disfrutar a tope de mis padres. No hacer algo bueno por el mundo y poder dar más luz , calor y color.

No tengo grandes pretensiones en la vida, solo estar con la gente que quiero, sobrevivir en paz y escribir y fotografiar la vida a través de mis ojos de niña que se resiste a crecer. Quiero VIVIR, Me bajo al bar.

Sólo tenemos el ahora, y se acaba de ir....





miércoles, 4 de febrero de 2015

La Foto



Esta foto es de un verano de hace unos 25 años. Cuando los veranos eran veranos de verdad.
Estamos en La Manga del  Mar Menor, en una barquita de pedales, mis hermanas mi madre y mi padre, que está haciendo la foto en el agua, que imagino que no cubría, porque si no menudo atleta estaba hecho. 

Mis hermanas están muy morenas, por lo que imagino que sería el final de las vacaciones.  Recuerdo que me fascinaban sus bañadores coloridos y sus pelados a la moda. Están guapísimas, la verdad.
A mi madre se le ve relajada. Ella es, la que más se merece las vacaciones, está morena también y lleva un turbante en el pelo, que le da un aire de jequesa de Qatar.

Mi padre está contento, e intenta encuadrar la foto sin cortarnos las cabezas, como suele hacer. Después, probablemente, se fue al chiringuito a echarse una caña y leer el periódico.

Recuerdo como, esas vacaciones, pasaron avionetas de RNE y tiraban a modo de bombas amarillas, el chisme ese que llevo colgado en el cuello que tan de moda estaba en las playas esos veranos. Ahí guardaba mis dinerillos, conchas, piedras y demás frikadas a modo del tesoro del verano. No me quité el chisme ni un segundo en todas las vacaciones…

Todo mi universo de niña escuchimizada  en un trozo del mar menor. Todo lo importante para mí elevado a la categoría de vacaciones; sol, playa, chiringuitos, paletas de tenis, bikinis de palmeras, noches de helados por el paseo marítimo todos juntos. Apartamentos setenteros con camas plegables, pescaito frito, excursiones, la juventud de mis padres y la nuestra.

El corazón me late fuerte  cuando miro esta foto. Me hace gracia mi tipo, soy desde luego la más feliz  de la foto porque no echaba en falta nada ni nadie en ese momento, lo tenía todo allí. No como mis hermanas que tendrían media mente en sus amoríos y cosas de adolescentes. Ser la pequeña hacía que todo fuera muy grande para mí.

Eran quince días al año, todos los veranos los que cogíamos los bártulos y los metíamos a presión en el Renault 9 blanco con destino a la playa. Quince días de achicharrarnos en la arena, de añadir pecas a mi cara y de tragar agua salada,,  de pescar cangrejos, de hacerte amigos de veraneo y de olvidarte del resto de mundo…

Ahora la miro y puedo reconocer la expresión de cada una de nosotras e incluso la de mi padre, que no sale pero está. Conservamos la esencia. Yo sigo atrapada en ese cuerpo, no quiero crecer, no quiero bajarme. Cuando la vida me trae nubes oscuras, me subo a esta barca de pedales  y ya no hay miedo, pues estamos todos juntos y el agua nunca, nunca, nunca, por mucho que nos alejemos de la orilla, llegará a cubrir.