jueves, 11 de noviembre de 2010
Brighton
Hace unos cuantos años, un 27 de septiembre, me fui a Brighton a estudiar con una beca Erasmus. Era la primera vez que me iba tan lejos, y la despedida en Barajas fue bastante traumática, tanto que mi padre, emocionado el hombre, me dio un mordisco en el moflete como lo hubiera hecho un conejillo. Con la pena y la marca de los dientecinos en mi cara, burlé el control de seguridad y el miedo que llevaba encima.
Llegué a Londres, cogí un tren a Brighton y por fin aparecí en el campus de Falmer. Era de noche ya, llovía y hacía mucho frío. No encontraba mi casa, y no podía tirar del maletón con los 20 kilos de sobrepeso. Por fin, tras llamar a veinte casas distintas encontré el que sería mi hogar durante 9 meses. Me abrió un chico alemán y ya no lo vi nunca más. No había nadie mas en aquel bunker de East Slope. En mi habitación la bombilla estaba fundida, y lo que pude intuir fue una araña peluda correteando por la moqueta. Teniendo en cuenta que le tengo pánico a estos bicharracos, y más si son ingleses y peludos.... Yo quería salir por patas. ¡Pobre Chicha! Quería volver, volver a casa, a mi cama, con mi gente, a las calles de Granada, a Baeza.... Me metí en la cama y lloré hasta que me quedé frita. El sol anaranjado del sur de Inglaterra me despertó a las pocas horas...
Las cosas con luz se ven de otra manera. Llamaron a mi puerta y allí estaba mi ángel de la guarda, Jen, una chica de Londres cuatro años menor que yo, tan dulce, tan blanquita y chapurreando español. ¡Yo me alegré de verla tanto! Sabía que ya no iba a estar sola, que ella era de las mías, y no me equivoqué en absoluto... Desde mi ventana se veía un prado verde y unas vacas pastando. ¡Mi habitación era bonita de día! Y ya empezaba a ilusionarme la idea de vivir sola en otro país.
Empezaba el curso y los papeleos, matrículas, aplicattion forms... y aquí comenzaron mis problemas. Mucha maleta y jamón embutido, pero menos papeles que una liebre...Gracias a mi coordinadora en Sussex, la entrañable Sue Catt, las cosas se solucionaron, pero ya ni Dios me quitaba el Sambenito de desorientada que poco a poco no hice más que afianzar. El día que volví a España, Sue soltaría sus lagrimillas mientras me abrazaba todo oronda ella...
Solucionado el papeleo, empezaba lo bueno: conocer la ciudad, las clases y a gente de todo el mundo. Cada día era más feliz allí, me encantaba madrugar, la lluvia, las clases de inglés, el campus, mi residencia, los mil tipos de chocolatinas, la muchachada internacional, las nuevas costumbres, mis compis de bunker, cenas interculturales, el pier, los acantilados de Seven Sisters donde Jimmy paseaba su lambretta en el verano del 64... Casi todo. Y digo casi porque las arañas peludas nunca llegaron a gustarme. Me hacía con los horarios tempraneros, los fríos, las llaves de la luz, los sitios bonitos donde escuchar música o ver pelis cerca del paseo marítimo, las tiendas de segunda mano, las de discos en las encantadoras lanes. Empecé a conocer las líneas de autobuses y los sitios bonitos cercanos, los trenes rancios, las iglesias y granjas en pueblos con pequeños salones de te... Empecé a disfrutar de la cultura inglesa.
Y pasaron los meses y casi llegaba el verano. ¡Cómo me gustaban las barbacoas en los jardines con vista al mar, o en el campus, o en la playa! Ahhhh, e ir a Flea Market en busca de viejas glorias sonoras, y descubrir nuevos discos y ver pelis de Brighton en Brighton, como la metafísica del lugar presente. Disfruté desde la tranquilidad, la ingenuidad del aprendiz, como una esponja ávida de nuevos sonidos, olores y amores.
Ahora pienso en volver y enseñarte todos mis rincones favoritos. Se que te encantará y que te volverás loco con tanto disco. Se que tomaremos fish and chips mirando al West Pier y cuando el frío nos corte la cara, nos tomaremos un te a la luz del sur de Inglaterra...
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