lunes, 19 de abril de 2010

Domingueros


A las siete de la mañana de un domingo de abril con el cielo encapotado y las mochilas preñadas de buenas viandas, llegamos al punto de encuentro donde viandantes y autobús nos esperan para empezar la ruta de Sierra Morena que organiza la asociación “amigos de las vías verdes” de la que mi padre es veterano socio. Hoy, como otras veces, hemos decidido acompañarle seducidas por la belleza del recorrido y pasar un día en buena compañía.
Vamos bien preparados, llevamos chubasqueros para afrontar el 85% de probabilidad de lluvia que el portal de Maldonado prevé para esas sierras del norte de Jaén, llevamos mochilas cortesía de ron Cacique, JB y demás caldos ociosos. En mi casa nadie sabe de dónde han salido pero me hace dudar de nuestra profesionalidad como deportistas en general y senderistas en particular, pero aún siendo patrocinados por sobrios néctares, calzamos buenas botas, fuerzas, hambres y ganas y con eso hay bastante.
En el autobús parecemos alumnos de E.G.B, tenemos ganas de llegar al punto de partida en la ermita de San Ginés dónde bajo las romántica sombra de un cortijo en ruinas nos comeremos el trozo de pan con aceitico y tomate, todo un clásico de estas salidas al campo.
Con el estómago campante, emprendemos el camino viejo hacia la ermita de la Virgen de la Cabeza. Amenazan nubarrones y el gris del cielo favorece los colores primaverales, las jaras blancas y rosáceas parecen candelillas en una acuarela de increíbles verdes y los quejidos, encinas, lentiscos y sauces conforman una pasarela natural por la que nos irá atrapando Sierra Morena.
Es mágico, huele a romero, hinojos y a jaras y mi padre se ha situado a la cabeza de la expedición, es difícil seguirle el ritmo, normal estando patrocinadas por JB…pero nos dejamos embaucar por la idea de ver a algún lince en las entrañas de la sierra.
Empieza a llover, y recordamos las etapas del Camino de Santiago, yo a veces, me quedo rezagada y me obsesiona la idea de ver entre los pedruscos a un lince ibérico, que serán como Chicho (mi gato obeso al que le flipan los donetes) pero en guapo y elegante.
No hay suerte y no me encuentro con ninguna bestia parda, ni animales en peligro de extinción pero el paisaje, la lluvia y ver a mi padre hecho un chaval, me alegran por momentos.
Llegamos al santuario y solo pensamos en tomarnos un cervezón fresquito que los 14 km de “rompepiernas” bien lo merecen, estamos emocionados por las vistas y por la meta alcanzada. Nos tomamos un par de cervezas junto a otros amigos de los viejos verdes, perdón, de las vías verdes (suelo hacerle esta broma facilona a mi padre…) y decidimos ir a ver a la Virgen de la Cabeza que tanto fervor despierta.
En la puerta de la ermita hacemos media hora de cola para pasar al camarín de la virgen, vamos un poco chispados por las cervecillas y las ganas con las que nos las hemos tomado, y la verdad no soy muy religiosa pero llega la hora de entrar y un coro de fieles con guitarras corean a “la morenita”. Una extraña emoción me traiciona y desconcierta al entrar al camarín, supongo que al ver a gente depositando flores y esperanzas por igual y ese extraño silencio roto por el respeto y devoción. Es antropología pura, y mi hermana, como buena historiadora que es, nos relata un episodio sangriento acontecido en el cerro durante la guerra civil, nos habla del Capitán Cortés y que está enterrado allí y de que es un sitio de especial magnetismo.
Entre historias, exvotos, bombardeos de guerras y devotos, empezamos a buscar un sitio entre las piedras escarpadas para comernos el bocadillo de tortilla de espárragos y a descansar un poco.
Casi es la hora de volver al autobús que nos llevará exhaustos a casa, compartimos con los compañeros de ruta impresiones, cansancios, bromas, sensaciones y el amor por el senderismo y los parajes naturales.
Ha sido un día especial, nadie ha visto a un lince pero en la bajada un perfecto arcoíris nos custodia como un pórtico de colorido, el colofón para un día perfecto de lluvia y flores, de domingueros humildes y devotos, de cervezas agradecidas, de veteranos que llegan los primeros, me gusta a mí esto de colgarme la mochila y levantarme a la hora que me suelo acostar los sábados para dejarme enamorar por las sierras y por sus gentes, hacer un picnic coronando una colina, sentirme tan pequeña ante tanta belleza, me gusta a mí esto de tener agujetas…